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Las aventuras de un grafomaníaco o la pasión según Gabriel Bertotti, por Fabián Wirskce

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“Yo subo la escalera, yo cumplo una misión”

Charly García

Radicado en la mediterránea isla de Mallorca hace más de veinte años, este autor bahiense, tras haber estudiado Filosofía en el Pago chico, sale al ruedo con su última publicación: Margen crítico (Món de Llibres, Mallorca, 2017). Sus trabajos anteriores son la novela Luna Negra (2012), conseguible en las librerías bahienses, el libro de cuentos Los techos de agua (2015) y La aventura ausente (2009).

Margen crítico es un compendio de las obsesiones que marcaron y marcan a fuego el itinerario de un escritor, cuya pasión por la literatura, lo obliga una y otra vez a transitar los caminos de un grafomaníaco confeso. En la estela de las “sagradas escrituras” libertellianas, el autor nos ofrece en breves y luminosos ensayos literarios sus experiencias de lectura, como si estas se produjeran a través de un antiguo ritual no exento de magia y encantamiento. Es que en el prodigioso juego de las palabras se deja entrever una zona de promesas que la literatura siempre posterga, porque siempre está a punto de acontecer, cada vez que ponemos a funcionar el delicado mecanismo de la lectura. No es una sorpresa menor que al dejarnos llevar por estas páginas se descubra uno como el personaje de “Las ruinas circulares”, a quien las llamas no laceran su cuerpo, ya que la ilusión del artificio se expone con la deliberada delicadeza de la callida iunctura horaciana.

Si la voz crítica se sitúa en el “margen” de las figuras autorales y de sus obras, en la busca de aquel resquicio que permita la incandescencia adecuada para transformarse en una suerte de guía, una especie de Caronte, el barquero que elige a quién cruzar de una orilla a la otra, es porque el autor invita al lector a que avance entre fantasmas, entre mundos posibles que sólo se insinúan por el breve lapso en que la literatura resplandece, tenue e insegura, frágil como el cristal más puro, acaso como la más delgada tela que sólo soporta una pincelada, un rasgo y no una rasgadura.

En ascendente impulso este volumen se estructura en cuatro partes: “Libros que no son”, “Libros”, “Escritores” y “Literatura”, como si este último escalón fuera la cúspide, el cielo de una “rayuela”, que es también una de las formas en las que puede leerse: cada lector decide por qué puerta entrar estableciendo su propio orden o, por el contrario, puede derribarlo como una torre de naipes y comenzar de nuevo por donde quiera. Desde las ediciones catalanas cuyos autores aguardan ser descubiertos, hasta los clásicos de la literatura (Borges, Cortázar, Kafka) pasando por dos semblanzas ilustres (Miles Davis y Luis Alberto Spinetta), y las quijotadas editoriales (nueva traducción del Ulises, por Marcelo Zabaloy), la improvisación del jazz y la poesía le imprimen a la prosa bertottiana cierta respiración dejando las huellas de una ficción lírica que se filtra con la impertinencia del agua, con la obstinación de algo que debe caer por su propio peso.

Placer, aprendizaje y conocimiento forman un tríptico irrenunciable en la poética esbozada en Margen crítico: la certeza de que la literatura es un lugar de resistencia a la siempre latente barbarie que acecha a cada paso. Dotados de una llamativa y llameante virtud, sus textos se encienden con sólo un chispazo que puede provenir de la literatura, del cine, de la poesía o la filosofía. Por eso en su trabajo se hallan las preguntas que se quieren esenciales respecto del ser que aglutina sus pasiones: ¿qué es poesía?, ¿qué es literatura?, pero también se atreve a revelarnos las causas: ¿por qué se lee y se escribe ficción?, pregunta a la que responde taxativamente: “porque escribir y leer ficción son rasgos adaptativos de la especie que se han conservado durante milenios por una sencilla razón: son perfectos mecanismos de adaptación al medio y a uno mismo”.

Cada autor abordado por Bertotti siempre es la excusa perfecta para reflexionar sobre alguna cuestión literaria que induce al conocimiento de lenguajes y poéticas cuyas palabras nos hacen humanos, por eso en el cogito está la sentencia como producto del hallazgo de una pepita de oro en el árido y legendario mundo de la piedras escritas, (ruinas y testigos de la retirada del canto de las sirenas), hallazgo de encrucijadas vitales que son celebradas y compartidas con la alegría y la serenidad del viajero que vuelve del desierto.

El texto se abre así y entra en diálogo explícito con el lector: “¿o acaso no hay ciertas frases que nos hacen abandonar la lectura como si hubiéramos intuido una presencia inquietante?”, o “no se sale indemne de la lectura de determinados libros”. En el fondo eso es lo que queremos: escuchar las voces del texto, levantar la cabeza como Barthes o, en nuestra versión vernácula, oír los combates aun no acallados entre ciertos y fundamentales libros, encarnando el “lector con miedo” de Martínez Estrada.

A la pregunta: ¿qué leen los escritores?, Bertotti responde desaforada y gozosamente con una “Una enumeración gozosa”, los libros que lo han deslumbrado y lo siguen cautivando, a tal punto que el placer por la lectura se torna impostergable: “sólo sé que durante gran parte del día deseo llegar a casa y sentarme en ese sillón a leer”.

Las nociones de espacio y tiempo han sido y son una constante preocupación para ciertos escritores. ¿Cuánto espacio llevaría describir el encendido de un fósforo?: Saer tiene la respuesta; Cortázar hizo lo suyo, de otra manera, en El perseguidor. Si la literatura está hecha de lenguaje y se hace con la mano, se manipula, hipnotizando al lector hasta que “cese ya el artificio”, al decir del famoso verso de Garcilaso, no debe extrañar entonces que la juntura de la sabiduría con sabor oriental y la música popular norteamericana puedan convivir sin repelerse en este libro: lo que viene de allá lejos y hace tiempo, in illo tempore, la Danza de Shiva de origen hindú encarna popularmente en el jazz de Glen Miller.

Entre las Vidas imaginarias y la Historia universal de la infamia se construyen como piezas literarias las escenas donde hacen su entrada los autores que Bertotti elige extraer de sus anaqueles: Hemingway, Dick, Márai, Cortázar, Onetti, Aira, Borges, la lista sigue. Se trata de Nombres en los que la “certeza biográfica” se diluye en la invención ficcional que hace prevalecer ese contacto íntimo, ese perdurable fuego de la especie, que no puede tener otro destino que la literatura misma cuando se escribe sobre ellos. Es una retroalimentación constante, porque leer es mapear el río babel de las palabras, es manejarse como un sabueso con el más fino olfato y el más agudo instinto de supervivencia.

Fabián Wirscke

 


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