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Rusiñol: La gran artista del teatro en Palma

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La Wikipedia dice de Italia Vitaliani (1866 - 1938), actriz y directora teatral: "En 1892 Vitaliani se hizo directora teatral, una de las primeras mujeres en cumplir con dicha función, y fue tan buena que se hablaba de ella como de 'un perfecto caballero'."

Pues, por el artículo publicado por Santiago Rusiñol en La Almudaina, el 7 - VII - 1901, parece que la compañía de esta directora y actriz teatral actuó en Palma y el pintor se deshace en elogios, indicando que es una estrella que brilla en la noche palmesana, una estrella fugaz que puede observarse durante pocos instantes. Pero..., ¿qué hace la gente no avisada o conocedora en ese instante en que la estrella brilla en la oscuridad de la noche?

Italia Vitaliani

Si el hermoso nombre de estrella que se da a las grandes artistas de la escena tiene significación simbólica, en ninguna parte la tiene tan justa y tan adecuada como en esta pobre España.

Aquí en arte, con ser el país del sol, es casi siempre de noche, pero de noche brumosa, sombría y opaca, sin colores ni reflejos; de noche sin ambiente, sin misterio y sin poesía; de noche gris, sin vida y sin vibraciones. En este fondo sin fondo del horizonte del arte, apenas brillan estrellas, y si algunas aparecen en lo lejos, su luz es triste y vacilante como luz de crucifijo, como lámpara de ermita, dando más melancolía que verdadera claridad. Su mirada, su voz luminosa, su reflejo mortecino, brilla tan sólo un momento y vuelve a cerrarse el cielo y nos quedamos a oscuras.

Aquí en el país sereno, si queremos ver estrellas, hay que verlas en las mangas militares. De la belleza simbólica, del alto cielo del arte, han bajado a la lucha de miserias terrenales; de reinas que eran, han descendido a tenientas, a alféreces o a coronelas, y dormidos, sin ensueños, lacios y aletargados, vivimos tan guapamente, vegetando por instinto, sin buscar el más allá, sin mirar los arcanos misteriosos donde vive la belleza, sabiendo, por lección del desengaño, que en nuestro pobre horizonte sólo reinan las tinieblas y que ya el teatro español es una cámara oscura llena de clichés por dentro, pero sin luz ni objetivo.

Por fortuna, cuando no hay estrellas fijas, de estas perennes y burguesas, con domicilio geográfico en el ensanche del cielo, estrellas acomodadas, académicas, juzgadas y numeradas por telescopios; cuando faltan estas estrellas pasan por el negro manto cometas de la bohemia, cometas del más allá, fugas de arte escritas en el pentagrama del camino de Santiago, que dejan por un momento una estela de colores en nuestra alma soñolienta.

Italia Vitaliani, como la Duse, como Sarah, como Réjane, es uno de esos cometas que pasan siguiendo su vago destino; un cometa de Oriente, triste y mate y con claridad melancólica, ave mensajera del arte, llevándonos en su camino ecos de cultura exótica, perfumes de flores raras, sufrimientos y alegrías de otros pueblos y otros hombres, y lo que hay que estimar más: emociones de belleza, sensaciones intimistas de estética del sentimiento y estimulante de arte a nuestra mente dormida.

El arte de Italia Vitalini no es de grandes líneas plásticas, ni viste el amplio ropaje de las estatuas romanas o de las tragedias griegas. Es de líneas delicadas y de emociones sutilísimas; es arte de vida actual, arte de raras sensaciones, de frases a flor de labio y de perfumes exquisitos; arte de sentir los nervios vibrando suavemente como cuerdas de una lira afinadísima dando notas de colores apagados, de sonrisas moribundas y de todos los matices del sufrimiento moderno.

Todos estos medios tonos, los expresa Italia Vitaliani de una manera perfecta. Dotada de entendimiento clarísimo y de nervios emotivos, pocas veces se habrá visto en el teatro una sugestión tan íntima, rara y tan bella entre la idea que nace y la voz que la transmite. Diríase que las células receptoras del espíritu de la genial artista sienten a cuarto de tono, diríase que volviendo las pupilas donde vive el pensamiento, ve y escucha y adivina los más fugaces latidos; diríase que transmite sus más tenues vibraciones aún latentes y vivas de nueva vida y las sugiere y viste con ropaje de belleza.

No hay repliegue espiritual en lo más hondo del alma que no haya penetrado, como no hay emoción vivida que ella no haya sentido. De la risa, del desprecio, del odio, de la ira y del amor, conoce todas las cuerdas y sabe hacerlas vibrar; la escala cromática del sentimiento, la conoce y la ha seguido desde el ultravioleta impenetrable de las tragedias calladas, hasta el destello del cádmium de los grandes entusiasmos. La maldad y la bondad le han contado sus secretos, sus ansias el corazón y la vida sus dolores. El dolor del desengaño, el dolor de los sentidos, el dolor de la nostalgia, suave y triste como nubes de crepúsculo; el gran dolor de los celos hiriendo el corazón a dudas, o rasgándolo con realidades; el bello dolor del amor y todo el gran repertorio de las humanas tristezas, han logrado en su talento crisol espiritual para convertirse en arte. Su armonización moderna ha sabido tamizar los sufrimientos de hoy y ha dado nuevo perfume al acre olor de magnolia que exhala la flor del mal, ya vendando las heridas con finísimos encajes, ya vistiendo de hermosura las tragedias de los nervios, esa nueva enfermedad, ese sufrimiento nuevo con que entretener la vida.

Y estos estados del alma, los explica Italia Vitaliani con la mayor sencillez y con gran honradez escénica. Ni un efecto artificial, ni una nota destemplada, ni un momento de descuido, ni un esfuerzo para llevar al engaño a los que juzgan el arte por el ruido que produce, ni un chispazo vislumbrante para mover el aplauso y ganarlo por sorpresa. Su arte es sobrio y sencillo como la misma verdad. Su talento es el que dicta y sus ojos, sus movimientos, su expresión y su palabra van siguiendo lo dictado como instrumentos acordes de afinadísima orquesta.

Orquesta y luz llevándonos armonías de otros cielos más serenos, tal es la Vitaliani, este cometa que pasa en el turbio cielo del teatro convertido en un desierto. No le importe. Los cometas de la noche los contemplan solamente los sabios que saben su curso, siguiéndoles con la mente en sus órbitas inmensas, o las almas sencillas y solitarias que los miran caminar como visión de poesía. La gran mayoría duerme, mientras cruzan como almas en la diáfana cortina. Duermen siempre que pasa alguna visión, y como siempre también ahora han dormido mientras cruzaba una estrella, una estrella que por culpa del mal de la indiferencia ha sido estrella solitaria en el cielo de esta tierra.

Santiago Rusiñol, (La Almudaina, 7 - VII - 1901)


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