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De las bibliotecas romanas

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Ya que estoy estos días con la Mallorca romana, Palma, Pollentia, pondré cuatro líneas sobre las bibliotecas romanas de las que no había tenido conocimiento hasta hace poco tiempo. Al hablar de las bibliotecas antiguas se trata de la Biblioteca de Alejandría y de las bibliotecas medievales, ya monacales, menos de las universidades, pero ¿y las del tiempo del Imperio Romano?

La primera información que he tenido sobre ellas ha sido con la lectura de "La Historia de la Escritura" de Ewan Clyton cuando visita las ruinas de Pompeya y comenta la transformación de la escritura latina.

En la villa de los Papiros de Herculano se puede vislumbrar otro aspecto del mundo de las letras en Roma: sus bibliotecas. Actualmente sabemos que, varias generaciones antes de la erupción, esta villa había sido construida por Lucio Calpurnio Pisón Cesonio, el suegro de Julio César, y que servía de lugar de reunión a un bien conocido círculo de filósofos epicúreos, entre ellos el poeta Virgilio; la villa perteneció siempre a la familia. En el curso de las excavaciones que siguieron a su descubrimiento en el otoño de 1752 se halló un buen número de rollos esparcidos por la finca, como si su dueño los hubiera recogido en un esfuerzo por rescatar la biblioteca antes de que quedase sepultada bajo los 20 metros de detritos volcánicos que la cubrieron. La mayoría de los rollos conservados están en griego, lo que indica quizá que todavía falta por encontrar la sección latina de esta biblioteca.

Las excavaciones dieciochescas produjeron más de 1.800 rollos. Se guardaban en una habitación de 3 por 3 metros con estantes en las paredes y una librería exenta de madera de cedro en el centro, con estantes en ambos lados. Los rollos se llevaban al patio contiguo para poder leerlos con buena luz. En esto el arquitecto de la villa seguía el precedente griego. La gran biblioteca de Pérgamo, en Anatolia occidental, tenía columnatas cubiertas y salas en las que los lectores podían consultar la colección.

Todos los libros hasta ahora encontrados en la villa de los Papiros son rollos de papiro que siguen el modelo griego, aprendido de los egipcios. [...] Un rollo de la villa de los Papiros medía 25 m, mientras que el rollo más largo de la colección egipcia del British Museum, el papiro Harris, tenía originariamente 41 m, casi el doble. El extremo que quedaba dentro se enrollaba en una barra de madera torneada llamada umbilicus (ombligo). Se sujetaba una pequeña etiqueta de marfil o pergamino en un extremo, directamente en la hoja o en la punta del rodillo de madera. En estos syllabi (listas) se anotaba el contenido del libro, a menudo la primera línea del texto, que servía para informar al lector de su contenido; la idea de poner título a los libros vino más tarde.

Los rollos se guardaban en nidi, una palabra latina que significa «nidos», el equivalente a nuestros casilleros. Las bibliotecas romanas posteriores estaban equipadas con hileras de nidi en las paredes, mesas para leer los rollos y cubos de cuero llamados capsa, que se usaban para transportar fajos de rollos. [...]

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La disposición de la biblioteca en la villa de los Papiros –una pequeña habitación próxima al patio central de la casa– estaba, en la época de su destrucción, bastante anticuada. Desde el comienzo de la época imperial, las bibliotecas romanas se componían de dos partes, una para los libros griegos y otra para los latinos. Fue Julio César quien introdujo este formato cuando hizo los planos para la primera biblioteca pública de la ciudad de Roma. Dejada en suspenso por su muerte, sus ideas acabaron siendo puestas en práctica por un partidario, Asinio Polión, algo antes del año 27 a. C. Augusto construyó dos bibliotecas públicas, una en el año 28 a. C. como parte del nuevo templo de Apolo en el Palatino, y otra algún tiempo después a corta distancia del foro, como la de Asinio Polión. Tiberio (r. 14-37) y Vespasiano (r. 69-79) añadieron también sus bibliotecas, pero la más grandiosa en concepción fue la de Trajano (r. 98-117). Como parte de su remodelación del foro, junto con los nuevos tribunales de justicia, un centro comercial de seis plantas y un mercado, Trajano levantó su biblioteca. El propio foro hace las veces de gran ruta procesional hacia la principal aula o sala, donde se discutían los casos legales y se recibían las embajadas públicas. Al otro lado de la sala, el arquitecto de Trajano, Apolodoro de Damasco, construyó un último patio en cuyo lado más lejano se proyectó edificar un pequeño templo a la muerte del emperador. En el centro de este último patio se alzaba una columna que había de albergar sus cenizas. La columna, que ha llegado hasta nuestros días, se despliega en el aire como un rollo celebrando las victorias imperiales sobre los dacios. A sus pies, a modo de syllabus de marfil, hay una tablilla que proclama el nombre y los títulos del emperador (esta fue la inscripción que estudió Edward Catich). A ambos lados del patio estaban las dos cámaras de la biblioteca, de dos plantas e iluminadas por ventanas.

Trajano inició también una nueva tendencia que sería desarrollada por emperadores posteriores: construir bibliotecas en los baños públicos. Esto fue el comienzo de un movimiento que supuso la transformación de estas instituciones, estrictamente dedicadas al baño, en centros culturales que también contaban con restaurantes, espacios para conferencias y representaciones públicas, tiendas, instalaciones deportivas, jardines y gimnasios: los centros de ocio del Bajo Imperio.

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Busco información en Internet y un blog, el de la Biblioteca Nacional de España, presenta varios artículos de Manuel Pérez Rodríguez-Aragón sobre las bibliotecas públicas romanas. Son Breve historia de los bibliotecarios romanos (I). Los bibliotecarios públicos y Breve historia de los bibliotecarios romanos (II). Los librarii legionis que termina con una bibliografía que enlaza a unos pocos artículos de revistas en castellano, como al artículo "Las primeras bibliotecas de Roma (Romoteca)" de Víctor Alonso Troncoso, publicado en la "Revista General de Información y Documentación", Vol. 13, nº 1 (2003) de la Complutense.

En Anales de Documentación se ecuentra el artículo PROCURATOR BIBLIOTHECAE AUGUSTI: Los bibliotecarios del emperador en los inicios de las bibliotecas públicas en Roma (2004) de José A. Rodríguez Valcárcel.

Y, por último, en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos de Julio - diciembre 1974 se encuentra "Cayo Julio Hyginio, primer bibliotecario español" de Javier Lasso de la Vega.

Quizás en Mallorca hubiese alguna biblioteca pública romana.


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