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Era necesario reformar la educación

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En el año 2007 se presentó el informe “Las emociones y valores del profesorado” cuyo autor es Álvaro Marchesi, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid y el que fuera también Secretario de Estado de Educación durante los gobiernos de Felipe González y, por tanto, uno de los autores intelectuales de la controvertida ley de educación LOGSE.

Según este estudio, cuya lectura es muy recomendable, el 74 % de los docentes de Primaria y Secundaria creía en ese momento que la formación «había empeorado», seis de cada diez prefería el modelo de los años 70 y 80 y dos de cada tres aseguraban que sus alumnos se esforzaban «poco». Estos datos tan reveladores dejaban en evidencia ya en el año 2007 el fracaso estrepitoso de la LOGSE, una ley que junto con su sucedáneo, la LOE, han provocado el desmoronamiento de nuestra educación marginándola hasta los últimos puestos de Europa.

El autor del informe, Álvaro Marchesi, destacaba que la principal queja del cuerpo docente de los centros públicos y concertados españoles era la «sensación de pérdida de autoridad» con respecto a sus alumnos. «No sólo percibían que imponen menos que antes, sino que lamentaban la actitud permisiva de la sociedad hacia los menores, a los que se da todo lo que piden, no se les pone límites, no se les exige nada; y la enseñanza es eso, exigencia, dedicación, disciplina».

Según Marchesi la mayor parte de los consultados «volvería» al modelo educativo anterior si se lo propusieran. Los profesores de Secundaria (60 %) y de centros de titularidad pública (63 %) eran en 2007 los más descontentos con el sistema actual. «Más de la mitad volvería a la estructura organizativa de los años 70 y 80, es decir, a la Ley General de Educación» (EGB, BUP y COU), señala dicho estudio. Es más, tres cuartas partes de los profesores consultados consideraban que el sistema «ha ido marcha atrás» con la LOGSE.

Este informe de 2007 refleja con claridad el fracaso más absoluto del modelo educativo socialista y lo dice, y éste es el mérito, uno de los responsables de la redacción e implantación de la misma LOGSE. En la actualidad, salvo algunos sectarios irredentos, casi nadie pone en cuestión que el nivel de exigencia en los colegios se ha reducido notablemente, que los alumnos de hoy salen peor preparados que antes, que no se respeta la autoridad de los profesores, etc. y que, paradójicamente, los centros educativos tienen muchísimos más recursos didácticos e infraestructuras educativas que antes. Curiosamente, en España el gasto medio por alumno en la educación pública está muy por encima de la media de los países de la OCDE y de la Unión Europea.

Es evidente que el problema de la educación en España, y en Baleares también, no es tanto un problema de falta de financiación como de modelo educativo. El modelo educativo implantado con la LOGSE y reforzado después con la LOE nos ha conducido al fracaso total, tal y como lo demuestran todos los índices e informes internacionales, a pesar de ir aumentado año tras año los presupuestos educativos.

La LOCE fue un buen intento para frenar la caída libre en que estábamos embarcados, sin embargo no se le dio la más mínima oportunidad para que se pudiera desplegar y volvimos, otra vez, al modelo de fracaso, con una LOE sin consenso, que fomentaba aún más los aspectos negativos de la LOGSE y seguía sin recuperar el esfuerzo y la exigencia como elementos básicos del modelo educativo.

La situación de nuestra educación había tocado fondo. Era imprescindible una reforma en profundidad, recuperar la autoridad de los profesores, devolver a las aulas la cultura del esfuerzo y dejar de premiar la mediocridad. Era necesario priorizar las asignaturas troncales, reforzar la formación profesional o mejorar las capacidades en lenguas extranjeras. Dentro de esta dinámica de mejora cualitativa del sector educativo se debe circunscribir la reciente aprobación de la LOMCE por parte del Gobierno Rajoy y del Tratamiento Integrado de Lenguas (TIL) del Govern Bauzá.

Dos iniciativas que, incomprensiblemente, han encontrado el rechazo de pequeños grupos bien organizados que han intentado boicotear su aplicación. Sin embargo, a pesar de esta minoría ruidosa, el TIL se ha desarrollado con normalidad y con éxito en aquellos lugares donde el profesorado ha acogido como un reto y con ilusión esta transformación trilingüe de las aulas. En cambio, donde el profesorado ha sido reacio al cambio, la aplicación del TIL ha tenido más dificultades y se ha agriado el conflicto. Estoy convencido que la oposición al TIL es más un problema de falta de implicación, de profesionalidad, de vocación y de excesos ideológicos que una cuestión técnica o de recursos.

¿Vale la pena mantener un conflicto que se está demostrando puramente político y que está perjudicando de forma notable a los alumnos? ¿Sería razonable seguir como hasta ahora, sin cambiar nada, y permanecer, por tanto, en los últimos lugares en fracaso escolar y en todos los indicadores internacionales? ¿Tiene alguna lógica la oposición tan radical a un modelo educativo trilingüe en una comunidad turística como Baleares? ¿No es absolutamente plausible defender un modelo educativo más exigente, de mayor calidad y con un profesorado más y mejor preparado?


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