Derafsh Kavian
En Europa, durante el imperio romano, las legiones portaban estandartes con símbolos generalmente animales, como pudieron ser las águilas o los dragones. Algunos de estos estandartes comenzaron a tener partes flexibles que se movían con el viento, y así los estandartes se transformaron en las banderas que conocemos a día de hoy.
Por mi parte, pienso que en tiempos inmemoriales pudo usarse una rama recia con hojas de distintas clases de árboles para identificar las tribus humanas y marcar su territorio.
Y hay que destacar que las banderas han sido y son un modo de información y comunicación muy efectivo. En navegación naval ha sido primordial en otros tiempos y aún sigue en vigor. Y ahora son imprescindibles en las carreras de coches y motocicletas.
También son útiles en la vida civil para señalar oficinas diplomáticas, sedes administrativas y militares, y situaciones de libre utilización o de peligro, como, por ejemplo en las playas. Y hubo tiempos en que, entre nosotros, sus colores facilitaban encontrar los estancos y los cuarteles de la Guardia Civil.
Erigir una bandera como símbolo de unas creencias sentimentales y emocionales y de ideales espurios o de andar por casa ni ennoblece la bandera ni favorece la conducta humana racional. ¿Pero qué le vamos a hacer? Y más si las hay para todos los gustos: desde la blanca vaticana del estado celestial a la negra que, arriando la que lucían, izaban de repente los bajeles piratas para abordar a los mercantes cuyo rumbo vigilaban.