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Cataluña, unidad de destino en lo universal

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Si como se ha reconocido, la ciudadanía catalana –gran parte de ella de origen charnego– forma dos grupos equiparados a favor y en contra de la independencia, quizá un poco menor la favorable al "sí", aunque recientemente se haya dicho que esta es de un 80%, ¿no se podría llegar a un ten con ten con base a que los discrepantes están prácticamente igualados en el 50%?

Gustav Doré. El Juicio de Salomón, xilografía.

Pienso que una decisión satisfactoria sería dividir Cataluña en dos entidades, de las cuales una enarbolara la independencia y la otra siguiera unida a la España insular y peninsular. Esta podría ser una forma sencilla que no produjera trastornos irresolubles. Porque no se trataría de que se dividiera el territorio en dos partes: una que alojara a todos los independentistas y otra en la que habitaran los españolistas; pues esto sería un mal remiendo por los costosos y traumáticos traslados domiciliarios entre ambos sectores.

Se trataría de aplicar el sistema de pares y nones, que no conllevaría costos, puesto que esta estructura ya está implantada. Simple y llanamente hay que utilizar la cartografía urbana. Las calles están preparadas: un lado tiene los edificios con numeración impar y la otra, par; y en las plazas, si bien no tienen las fachadas enfrentadas, también, para estos efectos, es válida la señalización numérica.

¿Alguna objeción? Evidentemente, ¡no faltaría más!, pero no invalida lo propuesto, antes bien lo mejora, porque nadie sería discriminado ni menospreciado. Recurramos a las matemáticas una vez más –al fin y al cabo ¿no son el único principio demostrado del ordenamiento cósmico?–. Así, los días impares formaría la Cataluña independiente la ciudadanía a cuya residencia correspondiera un número impar del callejero, y la española sería la que ostentara el número par; los días pares, a la inversa, los números pares lucirían la independencia y los números impares, la españolidad.

Quiero ahuyentar suspicacias. Los lúcidos planteamiento y solución al farragoso y cimero asunto de la independencia catalana no se deben a la elevada lucidez de quien esto escribe. Es la consecuencia del estudio de la historia, leyendas y fantasías del libro sagrado por antonomasia de muchas religiones actuales y, en especial, de valerse, mutatis mutandis (adaptándose al caso) del paradigmático Juicio de Salomón, que resolvió el litigio sin que el mílite tuviera que bajar la espada que tenía en alto para dar la mitad del niño a cada madre reclamante, la supuesta y la verdadera.

Puesto que la opción propuesta tendría el inconveniente de que los meses de 31 días otorgarían 7 días a la independencia, y los años bisiestos, otro por el 29 de febrero, hay otra opción alternativa, de aplicación más sencilla y tal vez con un cierto atractivo: dedicar los lunes, miércoles y viernes a una mitad y los martes, jueves y sábado a la otra, quedando el domingo para independencia de la independencia: tanto los afincados en números pares como impares serían libres de hacer “castells”, ir a los toros, ver jugar al Barça en la Liga o en la Copa del Rey y de bailar sardanas.


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