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Cenizas y polvos

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¡Vaya revuelo de cenizas ha armado la instrucción, seguramente mandato, del papa blanco –que no se pueden lanzar al mar, que no se pueden esparcir en un bosque, que no se puede darlas al viento... y que no se puede custodiarlas en casa en una bonita y siniestra urna–¡ Hasta hay parroquias, civiles y religiosas, que se han soliviantado y habilitado parterres floreados para diseminarlas respetuosamente.

Tapón de emergencia

Pienso que la del vicario divino es una decisión ajustada a la doctrina tomasiana y que es ineludible para el correcto desenvolvimiento del control del almario celestial. Ítem más, seguramente se debe a una propuesta o exigencia del jefe del registro de las almas por la introducción en un fichero informático. Esto habrá puesto de manifiesto que desde que entró la moda de la incineración, muchas almas se quedan con la casilla de la ubicación del cuerpo en blanco porque el libre arbitrio humano ha imposibilitado asignar un código de aglutinación a cada mota de ceniza previamente a su dispersión; y las que se guardan en urnas domiciliarias, cambian de lugar sin control o, en el peor de los casos, las cenizas son usadas con limón para abrillantar cazos de cobre y candelabros de latón, si no, que también se da, se espolvorean en la cazuela, como otra especie, para sazonar un guiso.

Se me podrá objetar que quedarán fuera de control los cuerpos correspondientes a las almas de quienes mueren en un terremoto, en una inundación, en un huracán y, hasta si se quiere, en conflictos bélicos o pruebas nucleares. He de responder que no es lo mismo. Puede que en estos acontecimientos el control sea laborioso, pero no imposible. No queda ninguna duda de que se lleva a cabo: «6 ¿No se venden cinco gorriones por dos monedas de cobre? Y sin embargo, ni uno de ellos es olvidado por Dios. 7 Y aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis pues; de más estima sois que muchos pajarillos.» (Lucas: 12, 6-7)

Por lo tanto, si la soberbia humana no desbarata lo dispuesto por Dios, los cuerpos de estos muertos por designio divino, serán puntualmente hallados por las propias almas al sonar las trompetas de la resurrección.

¿Qué pasará, por el contrario, con las almas que no puedan encontrar su cuerpo? Pienso que tendrán que vagar eternamente en las inodoras, incoloras e invisibles esferas de la Nada.

Por eso, y por congruencia con la doctrina que imparte, la admonición del vicario de la divinidad da en el clavo. Y se puede equiparar, en cuanto a comisión de pecado, con disposiciones del Decálogo. ¿No está suficientemente claro que no hay que echar polvos en el pajar?

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