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Rusiñol y Cristòfol Pizà 'Salero'

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Santiago Rusiñol publicó en La Almudaina de Palma unos pocos artículos en los que, de alguna manera, criticaba a la sociedad isleña en cuanto a su relación con los artistas y con el arte. Además de Gelabert, Rusiñol hizo amistad con el pintor Cristòfol Pizà Bennàsser, «Salero» (1850 - 1936). Este pintor fue becado por la Diputación Provincial para realizar estudios en Roma. Pasó unos años en Roma, París, Nimes y Barcelona. Hacia 1900 ya había regresado y vivía en Sóller.

pintura

Pizá

Al llegar a Sóller pregunté por Pizá. —Le hallarà V. en su casa— me dijeron. —Es hombre muy franco, muy bueno, pero un poco loco— ¿Loco? — pregunté—. Es decir, loco: tiene cosas que aquí las juzgamos de loco. Por lo demàs, esté V. tranquilo, porque no hay hombre mejor en el mundo. Fui a encontrarle, llamé a su puerta y abrió él mismo, llevando la paleta en la mano. Miréle detenidamente, algo escamado, pero me tranquilizó enseguida su semblante y su sonrisa. El hombre que sonríe no está loco, pensé. Los locos, ríen o lloran, pero no sonríen. Además, tenía los ojos muy grandes, con luz bondadosa, facciones acentuadas, pero conservando en los pliegues esas señales en las caras donde la bondad no se apaga, pelo entrecano y recio pero sin enmarañada locura, y todo en él destilando excelencia de alma y distinguidas maneras.

Por la parte externa no asoman los síntomas de la locura, pensé. Veamos, hablàndole.

Y hablamos.

Hablamos, y ni un momento pensé que desentonara. Al contrario. Con acento extranjerado, del hombre que ha pasado mucho tiempo andando por esos mundos, demostraba ingenio, reflexión, sátira moderada, conocimientos de su arte, erudición de su época y de otros tiempos y, sobre todo, entusiasmo. A cada palabra, evocándole el recuerdo de alguna obra maestra, hacía ponderaciones inauditas; a cada recuerdo de su tiempo pasado en Roma o en Francia, asomaban las lágrimas, las absorbía hacia adentro a fuerza de exclamaciones; a cada amigo que hacíamos desfilar en nuestra conversación, parecía que el amigo venía a vivir con nosotros de tal modo le abría los brazos y le dirigía la palabra, y hablaba, elogiándole, lo mismo que si no estuviera ausente.

Pues señor, ¿por qué estará loco este hombre?

Entramos en el estudio. Tal vez aquí el pincel nos dirá lo que ha callado el semblante y la palabra. Tampoco. El estudio era un nido pequeño como un palomar colgado delante del valle de Sóller, con sus inmensas montañas de plomo en el anfiteatro del fondo, con sus cresterías de oro y sus flameantes nubes envolviendo los picachos con sus suavidades de sombra, y naranjos al pie del monte, miles de naranjos, todo un vergel de hoja oscura. Allí pintaba y vi sus cuadros, y tampoco loqueaban sus cuadros. Eran del hombre que ha visto y ha estudiado, más bien prudentes que atrevidos, más entonados que chillones, más equilibrados que audaces, más de hombre reflexivo que de artista genial u hombre aturdido.

Me volvía loco buscándole su locura.

Salimos y empezamos a correr Sóller y el campo, a la caza de sus paisajes y bellezas, y a hablar como buenos amigos. —Ve V., me dijo—, yo hace poco que volví a Sóller, mi patria, y volví... porque es mi patria. Estuve muchos años fuera, muchos, como suelen estar aquí los jóvenes; y como también vuelven ellos, pero con una sola diferencia... que casi todos vuelven ricos, y yo, pobre.

—Mal, me dije (primera señal de locura)—. Aquí van a la guerra del dinero, digna tal vez, pero de táctica muy distinta de la nuestra. Y su victoria es hacerse rico. Yo fui a la guerra del arte, cuya lucha es tal vez más encarnizada, terrible, y cuya victoria es vivir como los pájaros: de primaveras y canciones. Con su botín, el que vence puede construir palacios con jardines, muebles de lujo, pianos de lujo, y hasta casarse de lujo y tener hijos de lujo. Con el nuestro, hasta el nido que escogemos tiene que ser de alquiler y sólo nos quedan las flores, y aun ni las flores, el perfume de las flores, que éste no hay quién pueda acapararlo (segundo síntoma). —¿Y cómo encontré el pueblo? Un campanario patinado por el sol que había, venerable como un anciano con la frente llena de arrugas y coronado de golondrinas, lo derribaron sin piedad los poderosos y construyeron ese nuevo, tan de lujo como sus muebles de lujo. El torrente que corría entre tapias de verdor, lo encauzaron, lo metieron entre cajones de lujo, y aquí lo tiene V., urbanizado, como un torrente recluta. Yo gritaba al principio, protestaba, me dolía de que dispararan a mi pueblo, que le llenaran su amor de afeites, pero... —Pero le tomaron por loco..., dije yo. —Eso es, y los niños me apedrearon, y los padres de los niños añadieron a la brutalidad instintiva la brutalidad consciente.

Realmente, mi amigo estaba loco.

Querer respetar las reliquias del pasado en estos nuestros venturosos tiempos, tan amantes del cuerdo positivismo; querer que el propio torrente corriera alborozado entre las breñas incorrectas, marcadas sin discreción por la torpe Naturaleza en nuestro siglo de orden; aspirar el aroma de azahar y deleitar los sentidos en su nítida blancura, allí donde se exporta la naranja, y pintar, sobre todo pintar, pasarse la vida en cosas tan baladíes, cuando hay cuestiones pendientes tan graves como el padrón municipal, el alquiler de los consumos, la ley de los secretarios y tantos asuntos de urgencia a que aplicar facultades. Vivir soñando despierto, cuando ya no se sueña ni en sueños. Era realmente de locos.

Pizá era de esos locos tristes, de esos solitarios de poblado, más solitarios y más tristes que los santones del desierto, de esos anacoretas del arte que, replegados en sí mismos, vagan por entre la gente como en un mar desconocido; monologuistas impertérritos que no siguen la batuta de la orquesta de su pueblo, que cuando los demás ríen, lloran solos porque no han visto reír, y hablan solos en el desierto de su alma, y su preocupado espíritu, distraído en sus propias vibraciones, llega tarde a los convites del pueblo y a los duelos generales.

Pobre pueblo, el que no comprende a esos locos. ¡Y pobres cuerdos, los que viven sin un átomo de esa sublime locura! Su nombre anónimo, como lo es su dinero, como lo es el orden, como lo es la vulgaridad. Las hormigas que no comparten el trigo con las aladas cigarras tienen repleto el granero, pero tienen el alma muerta, y vale más ser loco con alma que cuerdo pero desalmado.

Santiago Rusiñol: "Pizá" (La Almudaina, 5 - XI - 1902)

pintura
Cristòfol Pizà: "Jardí de Sóller"

Hace dos años, en el 2011, en Can Prunera de Sóller se realizó una exposición de la obra de Pizá al cumplirse el 75 aniversario de su muerte.

Tiene el pintor una calle con su nombre. Hay una anécdota curiosa relacionada con ella. La encuentro en la web de Can Prunera:

Tot i ser un pintor amb unes excepcionals condicions per al retrat, quan s’instal·là a Sóller vivia amb escassos recursos econòmic. El 1929 l’Ajuntament de Sóller aprovà dedicar-li un carrer de la vila; quan el batle, l’apotecari Josep Serra Pastor, anà a anunciar-li la notícia tot dient-li que ja tenia un carrer a Sóller, en Salero sorneguer li respongué: «I en lloc d’un carrer, que no me podrien donar una casa i no hauria de pagar el lloguer d’aquesta?».

Las imágenes las he recogido de la web de Can Prunera y, la del jardín, de Paraíso Balear.


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