Ya sé que la actual monarquía española es legal. Está refrendada por las leyes.
Es una monarquía instaurada por la gracia de Franco, generalísimo de los ejércitos de tierra, mar y aire de España por la gracia de Dios. La condición que la ley aprobada exigía era que fuera designado monarca un varón de ascendencia real. Y está condición, entre los posibles candidatos, se cumplió en la persona de quien, el día 2 de junio de 2014, ha firmado su abdicación como Rey de España, Juan Carlos I.
Y la abdicación, la ha hecho también legalmente, en su hijo menor, pero varón, que tendrá que a ser reconocido como Felipe VI.
¿Ha abdicado por su propia voluntad el Rey Juan Carlos? Por rotundas manifestaciones suyas y de la Reina repetidas y algunas no muy lejanas en el tiempo, hay que pensar que no. ¿Se debe a que haya habido ruido de sables, como cuando se produjo el cese de Adolfo Suárez como presidente del gobierno de la Nación, que desembocó en el fallido golpe militar del 23 F, propiciado o simplemente acogido por los más altos galones de los tres ejércitos? ¿O es una decisión condicionada o un requisito impuesto para evitar que las togas y sus puñetas se vean en el trance de tomar decisiones que minen todavía más el prestigio de la corona y lleguen a hacer inviable la transmisión del cetro y del armiño? Además, un acto real de esta envergadura va a generar tal algarabía que propiciará que entre mansamente en el túnel de la desmemoria la presumible implicación familiar con una no imposible –si no es que se consigue soslayarla– sentencia condenatoria.
Felipe V alelado por Isabel de Farnesio
La Ley Sálica establece que las mujeres sólo podrían heredar el trono si no hay herederos varones en la línea principal, es decir hijos varones, o lateral, es decir hermanos o sobrinos. El objetivo final de Felipe V era evitar por todo los medios que los Habsburgo, o lo que es lo mismo la casa de Austria, pudiera recuperar el trono de España por la línea femenina.
Otro aspecto que llama la atención de la expectante pareja real, no ilegal, claro, es su característica morganática. Si la monarquía, y su sucesión, se justifican porque unas personas tienen una alcurnia superior, y hasta un señalamiento de la divinidad, que per se les sitúa por encima del resto, ¿es aceptable que quien está debajo pretenda igualarlos? Y esto en el caso más discreto, porque también existe la posibilidad de que haya una reina y un rey consorte.
Puestos a reflexionar, planteo dos preguntas relacionadas, o una pregunta convertida en dos por giro de sus términos. ¿Puede una monarquía ser democrática? ¿Puede una democracia ser monárquica? Pienso que ambas preguntas tienen una respuesta negativa: por contradicción de los términos. Pero, ya que el mismo término democracia tiene un alcance filosófico muy claro y otro muy equívoco en su aplicación a la gestión de la convivencia humana, en este momento quizá sólo sea prudente dejarlo como motivo de reflexión.
Hemos visto que todo lo expuesto anteriormente es legal, es decir, responde a lo prescrito por las leyes. ¿Es sin embargo legítimo? Esta es la cuestión: las leyes no son siempre legítimas. Ergo, todo lo expresado desde la primera línea a la última de este escrito, por muy legal que sea no tiene un refrendo legítimo.
¡Que los Manes nos sean propicios!