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En los Evangelios Sinópticos no hay lavatorio de pies

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…se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. (Jn. 13, 4-5)

De los cuatro evangelios canónicos, tres, los sinópticos, no mencionan el lavatorio de los pies a los discípulos. ¿Por qué omiten un pasaje en el que Jesús quiere elevar una anécdota a categoría para expresar que el Maestro no es más que el discípulo, ni el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía?

¿Será que Mateo no lo relata porque no lo cree relevante a pesar de haber tenido que estar presente? Que Marcos y Lucas no lo mencionen, parece lógico, pues ambos, con algunas variantes, siguen el relato de Mateo. Y también es lógico que por su coherencia entre sí, a Mateo, Marcos y Lucas se les considerara veraces y, por lo tanto –entre la setentena de evangelios, cartas y apocalipsis considerados falsos–, junto con los Hechos de los Apóstoles, la ciencia-ficción terrorífica del Apocalipsis de Juan (que aporta un toque de trascendencia inspirada) y el Evangelio a nombre de éste, se aceptara y consolidara el Nuevo Testamento canónico.

He aquí los versículos del capítulo 13 del Evangelio según Juan:

Logopedas con paciente
Lavatorio de los pies. Grafito

«1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. 2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. 6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». 9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». 10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». 11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos». 12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. 15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. 16 «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía.»

Los versículos precedentes corresponden a una versión canónica del Evangelio de San Juan; con otras sólo hay diferencias de matiz en la traducción: en esta Jesús se quitó los vestidos y se ciñó la toalla, en otras, se quitó el manto o se sacó el manto.

Hay por otra parte, un evangelio considerado falso, coetáneo del de Juan, que ese sí también explica el lavatorio de pies: es el de Bernabé. ¿Por qué este pasaje figura en Juan y Bernabé? ¿Ambos bebieron de las mismas fuentes? ¿O fue porque los dos, al ser discípulos de Jesús, fueron testigos presenciales de la llamada última cena y, a diferencia de Mateo, estimaron que el hecho merecía reseñarse? En el Evangelio de Bernabé, se lee:

«213.- Habiendo llegado el día para comer el cordero, Nicodemo envío en secreto el cordero al jardín para Jesús y sus discípulos, anunciando todo lo que había sido decretado por Herodes por el gobernador y el sumo sacerdote. Entonces Jesús se alegró en espíritu, diciendo: Bendito sea Tu santo Nombre, oh señor, porque Tú no me has separado del número de tus siervos que han sido perseguidos y matados por el mundo. Te agradezco, mi Dios, porque yo he cumplido Tu obra. Y volviéndose a Judas, le dijo: ¿Amigo mío, por qué te quedas? Mi hora está cerca, así que ve y haz lo que tienes que hacer. Los discípulos pensaron que Dios estaba enviando a Judas a comprar algo para el día de la Pascua; pero Jesús sabía que Judas lo estaba traicionando. »Judas contestó: Señor, permíteme comer, e iré. Comamos, dijo Jesús, porque yo he deseado mucho comer este cordero antes de que yo parta de vosotros. Y habiéndose levantado, él tomó una toalla y se la amarró a la cintura, y habiendo puesto agua en una palangana, él se puso a lavar los pies de sus discípulos.

»Empezando con Judas, Jesús llegó a Pedro: Señor, vas tú a lavar mis pies? Jesús respondió: Lo que yo sé tú no lo sabes, pero lo sabrás después. Pedro contestó: Tú nunca lavarás mis pies. Entonces Jesús se levantó, y dijo: Ni tú vendrás entonces en mi compañía en el Día del Juicio. Pedro contestó: No sólo lava mis pies, Señor, sino mis manos y mi cabeza.

»Cuando los discípulos fueron lavados y se sentaron a la mesa a comer, Jesús dijo: Yo os he lavado, pero no todos estáis limpios; ya que toda el agua del mar no lavará al que no crea en mí. Esto dijo Jesús, ya que él sabía quién lo estaba traicionando. Los discípulos se entristecieron por estas palabras, y Jesús dijo otra vez: En verdad os digo, que uno de vosotros me traicionará, de manera tal que seré vendido como un cordero; pero hay de él, porque él cumplirá todo lo que nuestro padre David dijo de ése, que "caerá en el hoyo el que lo había preparado para otros".

»Entonces los discípulos se miraron unos a otros, diciendo con pena: ¿quién será el traidor? Judas dijo entonces: ¿Seré yo, oh maestro? Jesús contestó: Tú lo has dicho quien será el que me traicionará, pero los once apóstoles no lo oyeron. Cuando el cordero fue comido, el Demonio vino a la espalda de Judas, y él salió de la casa, diciendo Jesús otra vez: Lo que has de hacer, hazlo pronto.»

El Evangelio de Bernabé, –considerado canónico en los primeros siglos del cristianismo y del que dejó constancia, al igual que del de Juan, el obispo Ireneo– escrito por quien parece tener información de primera mano y hasta haber sido testigo de los años públicos de Jesús, coincide en muchos de los pasajes de Juan y también de los sinópticos, pero, además aporta información adicional tan verídica como la de cualquiera de los otros. Incluso podría darse que, a este texto, al haber sido marginado no se le haya prestado atención y no haya sido, como los canónicos, revisado, analizado y perfeccionado en sucesivas traducciones que preservaran su fidelidad, no ya cristiana, sino católica, de mensaje divino y eclesial.

Es evidente que Bernabé da una versión distinta de la canónica en cuanto a la crucifixión de Jesús se refiere, pero es congruente con la existencia terrenal de éste. Es más, la premisa de Pablo de Tarso halla en ello su confirmación: 14 «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.» (1 Cor. 15, 14)

Según Bernabé, Jesús, ante la inminencia del apresamiento, fue arrebatado por cuatro ángeles que lo sacaron por una ventana y Judas pasó a tener la figura, los gestos y la voz de Jesús, tan es así, que sus discípulos no advirtieron el cambio y hasta María, su madre, sufrió las penalidades de la pasión y crucifixión de Judas creyendo que era Jesús el ajusticiado.

Parece absurdo e inconcebible lo que acabo de describir, pero si leemos con atención todo el Nuevo Testamento, y a esta lectura sumamos todas las creencias admitidas que derivan de otros escritos considerados apócrifos, ninguna objeción seria lo invalida. Y Bernabé no está exento de credibilidad: fue unos de los doce, y acompañó a Pablo a Antioquía, de quien posteriormente se separó por no considerarlo veraz.

Que la figura de Jesús, real o celestial, uno de los cristos que figura en la historia conocida, ha marcado decisivamente una parte de las civilizaciones y culturas de los veinte siglos últimos de la humanidad no presenta ninguna duda. Que su paraninfo de una divinidad mayor y otras menores (¿es un henoteísmo la religión cristiana?) haya ocasionado efectos benévolos y malévolos, amén de expandir las tan deseadas creencias irracionales, es incuestionable. Y la transmisión de leyendas, aparentemente absurdas, pero posiblemente tan difíciles de demostrar como de negar, es un hecho. ¿No es sorprendente la que nos llegó del Japón? En El Heraldo, de Honduras, el 27 de diciembre se publicó:

Tumba de Jesús en Japón
Supuesta tumba de Jesús en Japón


Las dos sepulturas en Japón
(De 1.bp.blogspot.com)

MISTERIO EN JAPÓN. Un fragmento del libro Supernatural and Misterious Japan. Spirits, Hauntings, and Paranormal Phenomena de Catrien Ross, indica que "Dos cruces de madera marcan el lugar. Mirando una a la otra en un monte sombrío al cual se puede llegar gracias a una serie de escalones, mientras cada cruz está rodeada de una cerca blanca. Estas cruces son algo inusual en Japón, una nación Shintoista y Budista donde solo el 1% de su población es cristiana. Pero mas inusual es la historia detrás de estas cruces.

Al pie del pequeño monte hay unos pizarrones con indicaciones en japonés e inglés, explicando que este sitio en una remota villa japonesa es la tumba verdadera de Jesucristo. De acuerdo con la información en japonés, Cristo llegó a Japón a la edad de 21 años a estudiar teología.

Cuando cumplió los 31 años volvió a Judea y trató de predicar el mensaje de Dios, mas la gente, en vez de escucharlo, quiso matarlo. Pero fue el hermano menor de Cristo el que fue crucificado y murió en la cruz en vez de él. Cristo logró escapar y, después de un problemático viaje, regresó a Japón y a esta villa, donde vivió hasta la edad de 106 años. La tumba de Cristo está marcada por la cruz a la derecha, mientras la que está a la izquierda, pertenece a su hermano Iskiri, o más bien, el lugar donde descansan sus orejas, que fue lo único que Cristo trajo consigo.

Estos hechos, menciona el pizarrón, están basados en el testamento de Cristo. De cara a las cruces están las lápidas de los descendientes japoneses de Cristo, los cuales son la familia Sawaguchi, que ha tomado la estrella de David en su escudo familiar".


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